
En la dificultad reside la esencia del éxito que viven las personas en su interior. Me gusta batirme en duelo con los kilómetros más difíciles y más hermosos. Y esa es la estampa más bella que me llevo del Maratón Internacional de Lanzarote. Su complicada orografía y su clima a veces salvaje, sus cambios de viento y su espléndido mar me han acabado cautivando.
Los maratonianos somos esa especie incansable que deambula por los rincones más remotos mientras las personas normales hacen cosas comunes. Somos capaces de correr cuando nuestro cuerpo ya no responde. Imaginamos cosas maravillosas mientras corremos. Y soñamos. Nunca dejamos de soñar y de buscar una nueva experiencia que nos haga más felices.
En cierto modo queremos vivir lo que soñamos. Y no es que no nos contentemos nunca. Porque hoy cuando marchaba camino a Puerto del Carmen a ritmo de 2h57 sabía que estaba arriesgando, y que bien hacía en hacerlo. Yo soy de esas personas que da lo máximo de sí mismo. No me gusta caminar por la vida sabiendo que podría haberlo hecho mejor. Porque no me gusta arrepentirme por nada de lo que hago. Así que, a sabiendas de que la vuelta sería toda con viento en contra, tenía que correr lo máximo posible a la ida.
Llegué entero a la mitad de la prueba, y a la vuelta, en la zona del aeropuerto destrozamos el grupo y empezó el maratón de verdad, el que va en busca del kilómetro 30 con la certeza de que llegará el batacazo y le plantaremos cara. Corrí solo, como me gusta, sufriendo en silencio. Recordé a mi abuelo luchando en su cama por ponerse en pie en los últimos días de su vida. Y las piernas dejaron de dolerme. Ya nada me dolía y luché contra el viento por mantener mi posición.
En Arrecife fui consciente de que iba camino de hacer la mejor maratón que había corrido nunca. Ni los toboganes, ni la soledad ni la cara más cruel del maratón pudo conmigo. Mi abuelo me enseñó que debemos luchar sin fin hasta el último minuto. Y aunque las cosas nunca salgan tan bien como queramos, no debemos venirnos abajo ni pensar que todo está perdido. No te rindas, pensé, aún puedes correr tu mejor maratón.
En Costa Teguise se descontroló mi cuerpo y mantuve el tipo como pude. Al llegar el kilómetro 40 estaba siendo cazado por un atleta italiano, y a escasos 30 metros delante de mí tenía a un corredor lanzaroteño de mi categoría. Hice lo que más me gusta, cambiar el ritmo cuando las piernas están destrozadas y se cruza toda la musculatura. Me dio igual todo y apreté los dientes hasta encarar la avenida principal que me llevaba a la meta.
Me acerqué a los instantes finales entre los aplausos del espléndido público. Señalando al cielo con lágrimas en mis ojos. Esprintándole a la vida como hizo el abuelo hace dos semanas. Corrí puño en alto alcanzando el sol, traspasando a mis dos contrincantes y pisando la alfombra azul dando los zapatazos más increíbles que un maratoniano puede dar. Los últimos 195 metros que me llevaron a mi mejor marca, mi mejor carrera, un sueño hecho realidad en esta Isla que me tiene completamente enamorado. Gracias Lanzarote y gracias Sands Beach por esta acogida tan increíble.
Francis Campos Jareño
Lanzarote, 9 diciembre 2017
