
A veces entramos en ese infinito juego de palabras de “estamos jodidos”. Esa sensación de amargarse por las múltiples formas incontrolables que tiene la vida de acecharnos, y jodernos al fin y al cabo. Nos esforzamos con contundencia en provocar en nosotros mismos depresiones que nos hacen tambalear. Nadie provoca esto, sino nosotros con nuestro pensamiento. Cuesta trabajo deprimirse, y aun así seguimos focalizando nuestras mentes en esas cosas que nos joden continuamente. Somos unos puñeteros artistas del mirar la parte negativa de las cosas.
Como si la vida dependiera de los jefes, de las empresas, de los clientes o de las políticos más ineptos del país. Me importa un rábano lo que hagan ellos y cada uno de ellos, porque lo importante realmente es que mañana volverá a sonar el despertador para hacer lo que más me gusta, que es hacer deporte.
Qué es lo peor que podría pasarme, pienso mientras corro antes del amanecer. Nada, absolutamente nada, me respondo. Entonces vacío la cabeza y no miro el cronómetro, ni el ritmo, ni el pulso, y acelero el ritmo hasta sudar en la fresca mañana. Me da igual todo. Bueno, no es que me importe un comino todo lo que acontece a mi alrededor. Pero en realidad, estoy harto de que el mundo se empeñe en propagar por todos lados la cara triste de la moneda.
¿Realmente merece la pena no sonreír porque el 90% de las personas no lo hacen ni quieren hacerlo? La vida es cuestión de supervivencia y nunca te regala nada. Por eso, si algo no te gusta, cámbialo. Y no tengas miedo de las voces de siempre que nos asustan con “lo mala que está la cosa”. Nosotros somos deportistas de resistencia, de esos que nos quitamos horas de sueño para entrenar los minutos que se puedan. Estamos preparados para cualquier cosa que nos mande nuestro día a día. Nos reponemos frente a cualquier revés porque sabemos perder. Nos hemos ganado el derecho a decidir ser felices. Y eso es lo único que importa de verdad.
Y pase lo que pase, mañana entrenaremos otra vez. Y aunque sepa que seré el último tomaré la salida. Aunque me quede atrás, aunque llore y me castigue físicamente para demostrarme que somos los que estamos y que estamos preparados para lo que sea. No es cuestión de fe. Es cuestión de tener claro que creer en uno mismo es mucho más necesario que el reconocimiento ajeno. No hago todo esto para demostrar nada, sino para demostrarme que sigo vivo después de veinticinco llamadas de despropósitos en las que se ha perdido la cordura, y yo la ilusión por ser un profesional que sigue peleando como el primer día después de 6 años dejándome la piel en el trabajo.
El deporte nos enseña eso. Que nuestro futuro pende de una armadura que nosotros nos hemos forjado. A veces lo bueno es enemigo de lo mejor. Y lo mejor se ha convertido en esa certeza de saber que mañana y pasado son días que nos pertenecen. Y que pase lo que pase amanecerá y anochecerá, y nuestros seres queridos estarán a nuestro lado para aplaudirnos y para enfadarse con nosotros. Para reconciliarnos estaremos juntos, y también para batallar y lidiar con los problemas que nos imponga la vida. El deporte nos ha dado eso, las ganas de triunfar cuando todo parece hundirse y ese todo quiere hundirnos. Esa es la resistencia más importante de todas. La de levantar la mirada y luchar un día detrás de otro para mantener nuestro honor, nuestra libertad, y nuestro mapa del camino intacto y bien orientado que hemos elegido para ser feliz.
Que nada ni nadie nos detenga.
Brenes, 11 de octubre de 2017
La primera vez que escuché tu mantra de la superación personal fue un descubrimiento para mí. Hoy lo tengo tan interiorizado que a veces pienso que es mío.Siempre gracias Francis por demostrarnos que debemos y podemos superarnos. Imposible es de cobardes, me dijiste una vez.Lo recuerdo amenudo.
Gracias Joan por estas siempre al otro lado. Da gusto conversar contigo y tenerte como amigo. Te animo a que siempre sigas luchando y a que vueles como tanto me gusta por los grandes paisajes de tu tierra. Un abrazo muy grande.