“El esfuerzo es la mejor arma,
El sentimiento la mejor armadura,
No hay mayor locura que el susurro que no es verdad,
Ni mayor acierto que correr para escapar.”
(Francis Campos)
Sonreímos al mirarnos, aunque después miremos hacia el infinito con la mirada perdida en alguna ilusión desilusionada. Nos entendemos a la perfección. Es como si al conversar nos diéramos cuenta de que el mundo a nuestro alrededor sigue un curso totalmente distinto al nuestro.
Calentamos con cierto nerviosismo, como si las expectativas que nos hemos creado tuvieran algún valor, como si fuera ese ente que asciende hasta el infinito y después estalla de felicidad. Pero la vida nunca regala nada, y es entonces cuando la actitud toma el timón, cuando nuestra sonrisa positiva esconde lágrimas ocultas por haber apostado los sentimientos. Tranquilo amigo, el discurrir nuestro, cuando sea breve, siempre será intenso.
Hacemos progresivos dentro de la curva. Vamos y venimos con la cabeza alta. Nuestro profundo silencio ya no espera nada que no sea la brisa de cada amanecer, ese permanecer contemplativo y absorto que observa el ir y venir de las olas, esas que emulan a las personas que vienen y van, y al regresar topan con dunas porque las rocas ya no están.
Vamos unidos de la mano. Es muy fuerte nuestra conexión porque cuando la química sobrepasa a los valores físicos, fluyen momentos que permanecen durante el tiempo. Es la fuerza del corazón cuando tiene un sueño, cuando ensancha el deseo de liberarse, para después frenar su paso. Las personas muchas veces se olvidan de que el verdadero éxito no es la experiencia, sino la magia eterna. Y yo verdaderamente conozco pocas personas con tanta bondad como la de Jesús, pocas personas tan entregadas por una causa sin esperar nada a cambio más que una simple sonrisa. Por eso las caricias tienen un significado que le explico. Los detalles priman mucho más que el sentido de las cosas, porque estos se pueden ver, y las cosas muchas veces no se entienden, porque muy pocas veces llegan a hacer justicia a lo que somos con los demás.
Llega la hora de volar y al colocar los tacos sobre el tartán empieza a rugir el viento que hace frente al imponente sol. Sigue el misterio de nuestro silencio, y aunque trato de animarlo, de motivarlo, ambos sabemos que hoy es nuestro día. La cita en que la vida te pone frente al espejo para cuestionar tu propio ser y a todo lo que te rodea. Y antes del disparo sólo piensas que el camino hacia la cima que hemos soñado nunca es el trayecto fácil que imaginamos, porque hay muchas situaciones que esperas encontrar de cara, y sin saber por qué un día se marchan.
Entonces sentimos nuestras posibilidades, en las que ambos sabemos que no es fácil, pero tampoco imposible. Partimos de la base de que nuestro amor por este deporte no es un sentimiento cualquiera que sólo implica entrenamiento físico. Hacemos valer la simplicidad de conectar el uno con el otro partiendo desde ese punto de respeto que educadamente estrecha manos al inicio, y mantiene firme el propósito de no desdecirse de lo pactado. Será que llevamos meses fluyendo hermanados, agradeciendo esta oportunidad de ser un solo ser que conquista mares con el corazón.
Y cuando el juez da la salida sabemos perfectamente lo que esto significa para nosotros. Jesús, cadencia y corazón. Avanza y jamás te detengas. Y entonces al girar la primera curva encontramos de frente la ventolera que muchas veces te hace tambalear en la vida. Esa a la que no te entregas de ningún modo. Con lo que forzamos el máximo posible sintiendo esa agónica sensación de subirse el pulso hasta el infinito.
Y pasamos el cuatrocientos con la justicia más justa de una partida que queda en tablas y mantiene la compostura durante un momento. Despertamos los sentidos y sigo hablándole. Vamos campeón, que podemos hacerlo. Y entonces ruge de nuevo el viento, que busca desplazarnos y hacer lento el vals de nuestras pisadas. Aguanta Jesús, doscientos metros y estamos.
Proseguimos con la pasión y entrega de poner el punto sobre las ies. El corazón acelerado pierde el rumbo y ya nada puede devolvernos el control. Cien metros y nos pondremos de nuevo la armadura, la que nos quite la locura y nos devuelva la cordura de avanzar sin volver la vista atrás.
Cincuenta metros y la angustia del tic tac haciendo sombra al sol de nuestra lucha. La escucha de los latidos y el no rendirse cuando sentimos que la vida es sólo una con personas únicas que pasan de largo y ya no vuelven.
El sprint final y la verdad de lo que nos corresponde como felicidad. Y al cruzar la meta se cae el mundo sobre nosotros. Resuenan los aplausos de las personas que nos mostraron la sonrisa auténtica, los que al pasar por sus vidas nos dieron la bienvenida y nos regalaron la esperanza de quedarse con nosotros hasta el infinito. Allí nos felicitaron por cruzar la meta y por mejorar con creces nuestra presencia en este rumbo que aún estamos empezando.
Ese era el objetivo, Jesús, saber que en la vida las cosas imposibles son siempre decisiones propias de las personas. La vida es en definitiva la suma del avance constante enamorado menos la no posibilidad de seguir el paso cuando el sentimiento ha de ser un arma en vez de un verso dedicado después de un beso.
17 de abril de 2016.
Francis Campos Jareño
Espectacular una vez más lo escrito por Francis,muchas gracias por ese tesón ,ilusión ,ánimo y por darlo todo, los sufrimientos de Jesús desaparecen cuando lo haces ilusionarse por el deporte.