DOMINAR EL CUATRO

Carrera Popular de Brenes, 7ºClasificado Local. (3'52''/km - 9,55kms)
Carrera Popular de Brenes, 7ºClasificado Local. (3’52»/km – 9,55kms)

Lo decía mi entrenador José Antonio Castilla cuando vivía en Barcelona. Has de dominar el cuatro. Has de bailar con él sobrepasándole y fluyendo a su ritmo. Y creedme que lo intenté, pero siempre se me resistió durante todo el tiempo que corrí por el Besós. Tanto me costaba, que tropezaba una y otra vez mientras buscaba las sensaciones que nunca fui capaz de hallar.

Dicen que la vida está llena de dificultades, y es cierto que todos encontramos en nuestro camino momentos en los que una nube oscura se cierne sobre nosotros. Tiempos en los que andamos perdidos y se evaporan nuestras ilusiones. Es cuando la inercia toma el poder, y controla lo incontrolable de las brumas. Qué hacer entonces.

Yo salgo a correr. Sin reloj y sin rumbo.

Persigo la felicidad aunque no la alcance, ni me acerque a ella, ni siquiera la divise. Corro hasta que se acelera el pulso y esprinto en el final de la jornada justo donde acaba la calle. Corro hasta echar el cierre a las visitas a clientes, a la venta interna, a las reuniones que nos hacen envejecer cinco por cada año que pasa, a la presión y al estrés, a los cafés anti sueño y a las tilas nocturnas. Corro hasta encontrar la almohada de mis sueños y el amanecer de encuentro con los nuevos retos. Y es cuando descubro por fin una nueva sonrisa. Una nueva oportunidad.

Eso debí pensar después de la lesión que me impidió terminar la temporada de triatlón, cuando volví a las populares y a la soledad de las carreras de siempre. Eso mismo se me ocurrió cuando la única vía de escape que encontré fue un nuevo reloj que marcaba el tres en vez del cuatro, una vez, dos veces, tres veces.

Y hasta entonces, muchos días corrí solo. Hubo veces que abandoné los entrenamientos, que no tomé la salida en las competiciones. Me rendí, sin saber por qué, y caminé de espaldas y hacia atrás. Muchas veces lloré en silencio y enmudecí ante la tristeza de la senda recorrida. Guardé silencio durante algún tiempo y no pensé en nada positivo salvo en mi Sueño al despertar.

Pero la fuerza del corazón me llevó de nuevo al asfalto, al tartán y a la tierra mojada del otoño. Y fue cuando recordé quién era y qué estaba haciendo en la vida. Recordé una vez más mi gran Sueño y salí de la zona de confort. Me puse en la línea de salida casi debajo del arco y escuché aquella puta voz que me decía que yo estaba allí porque había estado horas guardando cola. En vez de responder, escondí las palabras que un día una crónica escupiría con la digna educación de quien entrena humildemente después de trabajar más de cincuenta horas a la semana y luego estudiar otras quince.

Quizás fue ese uno de los motivos que me llevaron a salir de casa el pasado domingo 1 de noviembre. Brenes abarrotado celebraba el treinta aniversario de su carrera popular, y yo andaba buscando un dorsal a menos de una hora del disparo de salida. Estaba inquieto, y a la vez deseoso de volar y encontrar de nuevo el rumbo de mis zancadas. Estaba contento y con ganas de salir a batirme contra mis momentos de debilidad.

Salimos en estampida y luché lo que pude, lo que mis piernas alcanzaron con mis dos sesiones por semana, lo que mi corazón latiendo pudo conseguir, lo que la retórica del ritmo alzándose quiso regalarme. Luché sobre todo por el mañana, por el después de hoy, incluso por el luego, por los minutos de después en los que escaparía en solitario, como siempre, como cada vez que corría en los entrenamientos buscando las sensaciones de mi existencia.

Luché en la última recta, con los aplausos resonando en mi cabeza. Luché para sobrepasar hasta el último segundo de tiempo. Era mi oportunidad, la oportunidad de llegar y sentirme de nuevo invencible, más invencible que nunca. Había ganado a mi yo más enemigo. Eso pensé al cruzar la meta años después de la última vez. Y eso debí soñar en ese instante en que levanté el dedo índice hacia lo más alto, y me santigüé el día de todos los Santos mientras recordaba a quien me daba fuerzas para trabajar aunque la vida a veces no me recompensara. Dominar el cuatro y vapulearlo, pensé. El justo tic tac del que aprendí que lo importante en la vida no era el esfuerzo sin rumbo, sino el rumbo del esfuerzo, y la medida del mismo…

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Francis Campos Jareño

Brenes, 4 de noviembre de 2015.

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