
Solía pensar que los entrenos eran indicativos del estado de forma de un deportista. Solía atreverme a cuestionar mi estado de forma por el simple hecho de no cumplir las expectativas de una tabla con números, por no ignorar las instrucciones de un cuerpo que sabe más por experiencia que por lo razonable de unas pautas concatenadas. Solía pensar que la aritmética y el correr un maratón eran cosas que iban de la mano, que entrenar más era siempre mejor y que seguir, por ende, los pasos de quienes son atletas profesionales era lo más próximo a alcanzar el mayor de los éxitos dentro de unas determinadas posibilidades. Solía pensar todo eso. Pero me equivocaba.
Ya no amanecí más ninguna mañana para correr. Sólo para ir a trabajar a mi nuevo trabajo. Ya se acabaron desde hace más de un mes las temperaturas por encima de diez grados, la compañía en los duros entrenamientos y la siempre imponente motivación para correr un Maratón. De pronto, me sentía arrepentido por haberme apuntado a esta panzada de correr kilómetros. No me gustaban estas circunstancias poco propicias para disfrutar, rendir, y ni tan siquiera para minimizar el estrés diario provocado por un cambio de rumbo geográfico, laboral y personal.
No me nacía correr. Esa era la cuestión. Que ya estaba harto de llegar de trabajar a las tantas y salir a correr noventa minutos a las nueve de la noche. Y más harto aún de tener que hacerlo a temperaturas más bajas de las que acostumbraba. No quería estar más tiempo así. Para qué seguir si para colmo bajar de cinco minutos por kilómetro en los rodajes era la gran proeza de la jornada. Malditas sensaciones, ganas y sueños sin sentido. Si hubiera sido de esas personas que sólo hacen lo que verdaderamente les hace feliz en cada momento o paso que dan, probablemente este Reto del Zurich Maratón de Sevilla 2015 se hubiera ido a pique hacía ya bastantes días. Sin embargo, hacía mucho que pensaba que la felicidad máxima de un gran momento depende de los esfuerzos y penurias que uno esté dispuesto a experimentar. La satisfacción de un momento determinado no puede compararse con cumplir un Sueño. Son cosas muy diferentes en calado y relevancia.
Por eso, al final decidí continuar esta aventura de correr el maratón de mi ciudad. Estaba solo. Éramos yo y mis propias circunstancias. Mis piernas y yo. Y mi Gran Sueño allí al final, muy al final pero ahí, centrado en la diana, en ese punto que te miraba y te provocaba entre miradas y dudas de capacidad o perseverancia. Pero allí estaba yo de pie, con las lagunas de un estado de forma siempre incipiente y dubitativo, pero al mismo tiempo con la puntilla de esa mirada que se encamina al fondo del asunto, hacia ese punto del horizonte al que muchos no se atreven a acercarse cuando las dificultades de la vida o de la meteorología personal se hacen latentes y persistentes.
Fue entonces cuando me inscribí en la Ruta de Carlos III Ciudad del Sol, y me encaminé hacia la salida en la población de La Luisiana para terminar corriendo por las calles de Écija. Me avisaron de lo aburrido del circuito pero en cierto modo pensé que no necesitaba demasiados aplausos para levantar el ánimo. Mal empezaba si medía la calidad de la carrera el bullicio de la gente gritando el nombre de los corredores durante todo el recorrido. Una carrera solitaria. Mejor. En eso consistía el trabajo de un corredor de fondo, en sobrepasar esa soledad que se podía llegar a sentir durante el camino. El que quisiera aplausos que se subiera al escenario de un centro comercial.
Es día me propuse un pequeño reto. Salir a un ritmo mediano pero más exigente que todas las medias que tenía en el histórico de tiradas largas hasta la fecha. Eso implicaba correr a un ritmo alegre pero no sufrir. Pero claro, casi 26 kilómetros eran una buena tirada y por otro lado mi mente necesitaba un pequeño caramelo. Así que con cabeza mantuve un buen ritmo creciente hasta el final y me salió un día de esos en los que el sol y el campo fueron el broche perfecto para venirme a casa con la sensación de ir avanzando a buen paso.

Días después me vi muy castigado muscularmente. Así que tuve que pasar por un par de sesiones de chapa y pintura. Mi amigo Ciriaco Alba de Lüza Fisioterapia fue el encargado, como siempre, de ponerme a punto para la siguiente lanza del Maratón: La Media Maratón Isla de La Cartuja, en la que realmente vería mi estado de forma verdadero. Para entonces llevaba ya casi un mes luchando contra la báscula. Y es que tres kilos más que la temporada anterior, concentrados ya no sabía dónde, eran para buscar algún remedio rápido. Era finales de enero y el maratón estaba a la vuelta de la esquina. Y yo con la mochila, no. Con el mochilón.
Bajó la carga de los entrenos en la semana previa a la Media Maratón y agradecí enormemente ese hecho. El frío seguía siendo algo incómodo con lo que lidiar. La humedad de la pista de atletismo era la guinda de un pastel poco sabroso. Sin embargo, con todo el cielo sobre mí, podía divisar todas las estrellas cuando ya cansado de dar vueltas por el perímetro de mi pueblo, entraba en el ruedo para dar vueltas como un tonto. Éramos yo y los cuatro locos con prendas amarillo fluorescente a las horas en las que las personas normales cenan con sus familias o ven series y películas. Allí estábamos, yo y el de la moto comprando la felicidad de un momento incierto a cualquier precio.
Quizás por eso no me preocupé demasiado de la Media Maratón. Ni me puse nervioso ni se me pasó por la cabeza estarlo. Era el día en que tenía que disfrutar del Sol una vez más. Eso sí, con unos hermosos cinco grados a la hora de la salida y los manguitos en mis brazos sabiendo a gloria. La cosa es que salimos agolpados y a trompicones. Con poco orden, nada de cajones de salida ni chips de veinte euros en las zapatillas. Esto era otro rollo. Ni mejor ni peor. It was different.
Eso sí. La gente corría que se las pelaba. Y corría bien, nada de cadáveres cada dos por tres. Aquellos señores eran maratonianos de verdad. Así que yo también me dispuse a ser un alumno aventajado mientras mis piernas quisieran correr al ritmo propuesto. ¿Cuál? Uno que me permitiera bajar mi registro en Barbastro antes del Maratón de Frankfurt en 2013. ¿Con la mitad de kilómetros y tres kilos más de peso? Ni de coña diría cualquiera de aquellos alumnos tan experimentados.
Pero bueno. Cosas del destino, el reloj iba por un sitio, los kilómetros del circuito por otro, y mis piernas por los cerros de Úbeda. Pero iban, esa era la cuestión, que allí estaba el tío dándole carrete a la esperanza, imprimiendo ritmo a las zancadas y manteniendo alta la cabeza. Ese era yo, corriendo en casa y dispuesto a no liarla si las circunstancias eran buenas. Y así pasaba la carrera, con los primeros quince kilómetros casi dentro de la primera hora y los músculos preparando a la mejor artillería para salir a combatir el final de la carrera. Si apretaba los dientes mejoraría mi marca. Eso seguro.
Así que avancé más y con mejor cadencia, acercándome a cuatro minutos por kilómetro de una manera desconocida para mí en esa distancia. Sonreía a medias, y no sonreí nada cuando vi los tres kilómetros sobre grava que teníamos que correr antes de llegar a las inmediaciones del Estado Olímpico. Aquello era un recorrido rápido. Sí, señor. Era la mejor sorpresa del día, la mejor señal para que cada uno de nosotros pudiera calcularse su ritmo de maratón. Bendita tierra. Qué bien nos vino para las articulaciones, porque para los músculos se hizo el estropicio. Igual que el maratón de Frankfurt. Abductor izquierdo y gemelo derecho a punto de estallar en el kilómetro diecinueve. Muy cerca de cumplir un Objetivo, pero mucho más cerca de tirarlo todo por la borda.
Apreté los dientes. No del esfuerzo, sino de la rabia y el dolor que sentía cada vez que amagaba con armarse la de Dios. Todo el mundo adelantándome y yo que intentaba mantener la calma y minimizar el daño que me estaba haciendo el intentar correr sin romper el equilibrio de mis músculos. Allí estaba plantándole cara al momento de entrada al Estadio, con todos los compañeros animándome a seguir hasta el final, con esa media sonrisa regresando a mi rostro en un momento en que lo importante era cruzar #AlOtroLadoDeLaMeta. Eso era lo único que importaba y el objetivo más importante que debía perseguir. Como fuera, debía llegar y plantarle cara a un hecho desfavorable, pero también actor inevitable en el juego. Eso era el Maratón. Nadie dijo que fuera fácil. Por eso debía entrenar cada noche a pesar de estar cansado y no tener el cuerpo ni para quedarme dormido. Porque detrás de las tantas dificultades que encontramos en el camino, al final del todo la vida recompensa cada paso que damos y que nunca es en vano. Por eso y mucho más, por deberle todo esto a los que me rodean y me apoyan. Por eso y por mi propio tesón, al cruzar el arco de llegada puño en alto pude divisar mi mejor marca personal hasta la fecha.

Francis Campos
Brenes, Sevilla. 25 de enero de 2015.
Enhorabuena Francis, buenas crónicas! Y buen crono esa 1h26min. Ya iremos comentando cosillas en el curso de la FATRI. Un saludo!
Muchas gracias! Mi humilde crono a base de muchas horas de esfuerzo y dedicación! Claro que si! Este viernes nos vemos!! Un abrazo
¡Anda que no! Para alcanzar eso hay que dedicarle esfuerzo y dedicación en cantidades industriales. Si además de compatibilizarlo con el resto de las cosas de la vida se dedica uno también a escribir un poco, pues ya las horas del día empiezan a no sobrar, je,je. En los líos que nos metemos … Yo también vuelco cosillas en un blog: https://mtbrunningyotrosdivertimentos.wordpress.com/
😉