CRÓNICA DE LA MITJA MARATÓ DEL MEDITERRANI 2014

Mitja del Mediterrani 2014 - 1h32'42''
Mitja del Mediterrani 2014 – 1h32’42»

Dicen que esto de correr y entrenar hace que nos convirtamos en una especie de guerreros invencibles. Es tal la motivación que sentimos cuando entrenamos del modo en que de verdad queremos, que llegamos a pensar que somos seres imbatibles y, por ende, mucho mejor de lo que en realidad somos.

Sin embargo, nada de esto importa cuando al fin y al cabo acabamos asumiendo que más o menos somos otro más del montón. Y eso es en verdad lo primero que se me pasó por la cabeza el pasado domingo cuando crucé la meta de la Mitja Marató del Mediterrani 2014 con más sufrimiento de lo esperado. Lo cierto es que no pude pararme a pensar pensar, sólo de sentir que ya no sabía de lo qué era capaz después de verme derrotado por mis propias expectativas.

Pero luego pensé que por lo menos, y sin darle mayor importancia a aquel momento, sí que fui capaz de una cosa: de apretar los dientes sin cesar durante 21 kilómetros.

No me sale explicar en este momento cómo me encontraba desde que me desperté a las cinco y media de la mañana. Desde esa hora hasta la hora en que salimos, las nueve, el estómago me daba vueltas, al igual que la cabeza y los cinco sentidos. Aturdido en todo momento, salí a “ritmo cómodo” y sin verme desbocado junto a los otros corredores. Sentí en cada paso cómo era adelantado una y otra vez, aunque al principio no me importó.

No era capaz de correr al ritmo que quería y que en teoría debía resultarme fácil seguir. Y el hecho de permanecer entre dos y tres segundos por encima de mis predicciones no sólo me hacía perder las cuentas. También me estaba grabando a fuego dentro de mi mismo que no sería capaz de mantener esa constancia durante mucho más de once o doce kilómetros. Qué pasaría luego entonces, me pregunté a sabiendas de la respuesta.

Me seguían adelantando, y de pronto entré en ese bucle en el que uno se cuestiona la participación. Y acto seguido una retirada se convertía en la premisa número uno de los pensamientos más traicioneros. Esos que uno intenta obviar pero que, no nos engañemos, alguna vez hemos tanteado. Entonces, consciente de que no iba a ser un buen día, empecé a ceder diez segundos por kilómetro y redefiní mi objetivo. Hice eso que llamo tirar de la experiencia para no acabar sentado en una acera, y por lo menos terminar la prueba dignamente. Aunque a final de cuentas no fuera a sentirme nada orgulloso de mi mismo, y a la vez ese runner con todo por aprender. Como si cada paso que diéramos en nuestra vida de atletas aficionados fuera uno a sentirse un extraño en esto de correr que tan fácil parecía a veces.

Pero nada fue fácil el pasado domingo. Sabía que mi preparación no era la mejor, pero tampoco escasa o inexistente. Me entró la duda de qué pasaría si cambiara radicalmente mi forma de entrenar, o incluso mejor dicho, mi forma de vivir la vida. Qué pasaría si pudiera dormir ocho horas seguidas cada día, trabajar otras ocho, tener la mente despejada, viajar sólo una vez al mes y en consecuencia llevar una dieta ordenada y acorde a alguien que quema como mínimo mil calorías diarias haciendo ejercicio. Y si además, la mente no estuviera constantemente pensando en objetivos de venta casi inalcanzables, problemas de calidad, presiones y todos los tipos de estrés inimaginables. Todos esos problemas que en realidad son problemas porque así lo queremos nosotros mismos, y que al fin y al cabo provocan un desgaste de tal magnitud, que realmente llegan a pasar factura. Qué pasaría entonces si en ningún departamento comercial se trabajara menos de diez o doce horas diarias y uno tuviera la mente y el cuerpo concentrado en correr y hacer deporte. Quizás también seguiríamos siendo los mismos matados de siempre.

Ahora que levanto la mirada para analizar la carrera, no sé qué pasó exactamente por mi mente. Me cuesta volver la vista atrás y sólo recuerdo el momento de cruzar la meta con el puño en alto a la vez que pensaba joder, esta sí que me ha costado. Fue después cuando al llevarme a la boca el primer vaso de bebida isotónica, sentí el estómago alborotarse más aún que durante la propia carrera. No puedo descifrar el dolor de cada hora de después hasta las siete u ocho horas en que se tarda en digerir totalmente un alimento. Tampoco la sensación de abatimiento sobre la cama encogido de dolor, o más tarde en la Clínica Sant Jordi, donde los análisis me decían que todo estaba en orden. Menos mal, pensaba, porque si llego a estar jodido no quiero ni pensar cómo iba a encontrarme solo a mil kilómetros de casa.

Y así fue cómo al acabar toda aquella parafernalia médica, me dirigí hacia mi piso mientras el día se iba oscureciendo. En ese instante pensaba en esas limitaciones que uno se pone a veces. En ese no tengo cualidades para correr. Debo plantearme bajar el ritmo. Quizás los objetivos que me propongo son demasiado altos. En definitiva, en toda esa sarta de mentiras y gilipolleces que nos hunden aún más cuando estamos más que hundidos. Así que en esas me dormí, y en esas me desperté casi nueve horas después. Y no es que me sintiera especialmente bien, pero no se me ocurrió otra cosa mejor que hacer que volver a trabajar otro buen puñado de horas e irme por la noche a curar las heridas a la piscina.

Y es que las penas y los baches se curan y se traspasan con más entrenamiento. No es que no tenga claro el punto en el que me encuentro. Ya sé que hay metas que no puedo plantearme, pero también sé que aún no he conocido a mi mejor yo. Ya sé que he de aprender de todos los errores que he cometido, pero también soy consciente de que sin ellos no habría llegado al punto en el que estoy. Y también sé que nada en esta vida es definitivo, y no sólo las cosas buenas, sino también las malas. Quiere decir esto que un momento concreto no demuestra el estado de las cosas, por lo que el fracaso no es eterno ni el éxito duradero. Y tampoco quiere decir que estos estados no puedan ni deban evolucionar. Todo depende del esfuerzo acompañado de perseverancia y de la fe en uno mismo, que es más fuerte que todos esos pensamientos capaces de echar a perder la creencia de que somos invencibles. Porque no es que no haya nadie capaz de vencernos, sino que no ha de existir nada dentro de nosotros capaz de declararnos la guerra, y después ganarla. Para eso está el hecho de ponerse las zapatillas y lanzarse una vez más a batirse en duelo con el sufrimiento de jamás dejarse vencer por el dolor.

Mitja del Mediterrani 2014
Mitja Marató del Mediterrani 2014

Francis Campos

Barcelona, 21 de octubre de 2014